Escapar en medio de la noche ahora no parecía tan mala idea. Pero la vocecita que le decía que debía ser sensata seguía ahí taladrándola. ¿Qué había de malo en soñar con vivir una aventura, en tomar riesgo y ver a dónde te lleva? En el fondo sabía que esa voz tenía razón, y que los mundos ideales que se montaba en su cabeza no eran más que eso, su imaginación idealizadora intentando ir más allá de lo racional.
La lucha era constante. Y de vez en cuando dejaba ganar a alguna idea loca, arriesgando su realidad, poniéndola a prueba para ver hasta donde era capaz de ceder.
Otras veces simplemente dejaba que el destino jugara sus cartas y decidiera por ella. ¿Qué tren llegaba antes?¿Qué amigas le ofrecían una tapadera para escapar un rato a esa burbuja? Y el destino era sabio, ¿no? Quería creer que sí, para dejar de darle vueltas al y si me hubiera arriesgado que la perseguía durante días después de tomar la decisión (o dejar que el mundo la tomara) racional.
Pero todo esto no tiene fuerza si el mayor impedimento para escapar es la sinceridad. La verdad, SU verdad, era más complicada de lo que quería asumir. Y cuanto más tiempo pasaba escondida esta verdad, más crecía y se retorcía, alimentándose de la oscuridad y el secretismo. Y ese era el problema, pues cuanto más la escondía más arraigada estaba en el escondite, y cuando llegara el momento de sacarla a la luz ya no parecería una verdad, sino un secreto que había comportado mucha mentira. Ese era su miedo, pues no quería herir a nadie, pero tampoco quería exponerse a ser herida.