La hoja de su libreta le devolvía la mirada, riéndose de ella con su impoluto blanco, desafiándola a ser capaz de llenarla de palabras. Esa página en blanco era su peor enemiga. Era un futuro incierto y un oscuro abismo, un mar de posibilidades y un vacío ensordecedor.
Esa página en blanco podía llegar a serlo todo o seguir siendo nada. Es aterrador cuanto poder pueden contener simples palabras sobre algo tan insignificante como un papel, y cuan silencioso e infinito parece todo cuando esas palabras no llegan.
¿Es solo el potencial de ser algo extraordinario lo que nos empuja a llenar la hoja o es algo más? ¿Qué nos hace querer llenar páginas y páginas de historias?
Podía pasarse horas pensando en aquello, pero la verdad era que en menos de 4 horas tenía que mandar el manuscrito de un capítulo si no quería que la despidieran en su primera semana de prácticas. Empezó a devanarse los sesos y rebuscar en su mente aquellos personajes que inventaba de pequeña y que crecieron junto a ella hasta su (relativamente reciente) juventud. Conocía a sus "amigos imaginarios" como a nadie, pero no se veía preparada para compartirlos con el mundo. Solo necesitaba 800 palabras, nada que no hubiera hecho ya en múltiples redacciones escolares o en relatos que escribía secretamente para canalizar sus sentimientos y vivencias. ¿No podía ser tan difícil, no? Pero una historia que traspasara el papel era importante, ¿verdad? Aunque tuviera que despedazar un poquito de su alma en el proceso.
Porque eso es lo que exige una página en blanco cada vez que se presenta ante tus ojos. Te demanda tu yo más sincero y te reta a encontrar entre ese laberinto de caminos el que lleva a tu mejor historia. Y por eso mismo siempre hay nuevas páginas en blanco a la vuelta de la esquina, porque nuestra mejor historia está siempre por contar.
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